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Todos hemos conocido parejas que pese a pasar más momentos infelices o problemáticos que felices, pueden pasarse juntos años e incluso toda una vida, tratando de hacer ver al espectador cuanto amor sienten y lo dichosos que son. ¡Cuánto daño hace el postureo en las redes sociales! Pero lo que sucede de puertas adentro solo lo saben ambos y aún si se hiciese conocida esa infelicidad, trataría de justificarse (es una mala racha) o disimularla (te lo habrá parecido a ti) o aumentarían el número por ejemplo de mensajes y fotos públicos declarándose amor.

El vivir de aparentar una felicidad inexistente o no en tal cantidad como se trata de mostrar e incluso autoconvencer (pesa mucho vivir en lugares donde todos se conocen y el qué dirán influye), las necesidades económicas, el miedo al futuro…pueden ser diversos los motivos que hacen que esas parejas permanezcan juntas.

La dependencia afectiva significa no resignarse a una ruptura y permanecer inexplicablemente en una relación que no tiene ni pies ni cabeza bajo distorsiones cognitivas e ilusión de permanencia y así ir dejando pasar el tiempo.

Es el miedo a quedarse solo. Miedo a lo desconocido y apego al pasado. Miedo a arrepentirse. No saber perder (orgullo de pensar erróneamente que permanecer en una relación a toda costa es más honorable que una buena separación a tiempo). Creer que su relación es única y especial en el mundo. Minimizar los defectos de la pareja hasta el absurdo (no es lo mismo soportar que ronque a que se meta en continuos problemas o se vea en conflictos legales), creer que la cantidad de tiempo en una relación garantiza el amor perpetuo o es un medidor de felicidad (se puede sentir en 1 año con una pareja lo que con otra no se sintió en 20, pues se trata de calidad y no de cantidad).

Hay personas a las que les atraen las relaciones complicadas y el prototipo “canalla”. Creen que pueden cambiarlos. Y puede que en cierta medida lo consigan o durante un tiempo, pero al final el canalla volverá a serlo. A veces basta con ver cómo trató el otro, de haberlas, a pasadas parejas, para pensar que no somos seres especiales y al final podría tratarnos igual. Un ejemplo es la amante que tras conseguir que el marido deje a la esposa y se vaya con ella (incluso con un subidón de ego de creerse más merecedora de amor y válida), años después llora desconsolada y “extrañada” que ahora el mismo se vaya con otra dejándola a ella. O la mujer que consentía ciertos aspectos machistas en la pareja porque quizás en un primer momento podía hasta convenirle, ahora se queja de que no hace nada en casa o los hijos los atiende prácticamente sola.

Y está claro que en todas las parejas hay crisis y que hay que tratar primero de salvar o arreglar antes de desechar. Pero el problema surge cuando esas crisis son continuas y la pareja pasa más tiempo tratando se salvar que disfrutando de la relación. Y eso desgasta y mucho. Pensemos en 10 años así. Luego en 20. En 30. El desgaste emocional va haciendo cada vez más mella hasta llegar a un punto de agobio y depresión.

Es importante saber parar a tiempo y pensar que puede que lo que espere ahí fuera no vaya a ser fácil sobre todo al principio, que habrá momentos que se piense si se actuó bien separándose, si los hijos hubieran estado mejor con los dos juntos, que las personas que conoce nuevas son igual o peor que lo que tenía, que quizás el otro aún podía cambiar (cuando no lo ha hecho en 20 años, pero quizás lo hiciese el 21 (nótese ironía) …

Pero llegará un día en que la persona se dará cuenta de que aquella relación estaba ya muerta y que ya no iba a volver a hacerle feliz salvo en momentos muy puntuales, que con el tiempo todo se hará más fácil, que aparecerán también personas buenas y que podrá incluso rehacer su vida con alguien que le devuelva esa felicidad que quizás hacía muchos años había perdido, que los hijos no están mejor viendo discusiones y mal ambiente y que se puede mantener una relación cordial por el bien de todos y máxime

si cada cual ya vive en su casa y tiene su vida y las conversaciones o encuentros serían puntuales y por responsabilidades comunes, como los hijos.

¿Cómo son los miembros de estas relaciones?

Por un lado, el dominante, puede por ejemplo escoger parejas más jóvenes y menos experimentadas y así más manejables, pues son narcisistas con complejos de inferioridad, les gusta ser halagados y buscan aprobación constante (en la vida diaria, las redes sociales…). Posiblemente ya traigan un historial de ex parejas a las que no trataron muy bien.

El otro miembro puede creer en el amor de una manera demasiado idealizada donde todo debe ser minimizado, perdonado, el amor todo lo puede y con poca resistencia a la frustración (no es capaz de reconocer que ha podido equivocarse en la elección de pareja). Incluso puede que sea la única relación que haya llegado a tener, como en el caso de las parejas que comienzan en la adolescencia. A veces puede pesar el ver que los años pasan, que en el entorno la gente se casa o se van a vivir juntos, tienen hijos…y no querer ser el diferente sin pensar en qué se está metiendo. O puede ser alguien con dependencia total hacia el dominante.

Pueden romper y volver, no por el gran amor que les une, aunque incluso se tratasen se convencer a sí mismos de ello, si no por no haber encontrado nada mejor o por soledad y al poco volver a iniciar la espiral de destrucción. Hasta el día que uno de ellos se atreva a poner punto final. Generalmente porque el dominante haya conocido a otra persona nueva a la que poder también dominar, que le haga dejar definitivamente la relación o porque el otro miembro acabe tan desgastado que incluso el entorno más próximo le anime a romper.

 

Fátima Fernández Márquez

Coach AICM Nº 12803

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