¿Nos dejamos a nosotros mismos ser felices?
- ¿Qué pensarán los vecinos si lo hago?
- ¿Qué dirá́ mi familia?
- ¿Será pecado?
- Seguro que no merezco tanta felicidad. Algo malo vendrá después.
- ¿Y si me arrepiento?
Por frases como estas nos saboteamos a nosotros mismos a diario. Dejamos de hacer las cosas por el que dirán, por moralismos religiosos, por supersticiones o incluso por miedo a salir de nuestra zona de confort.
La mente humana es perezosa y se autoperpetúa a sí misma. Hay gran propensión al autoengaño.
¿Por qué́ me tiene que importar lo que alguien que viva en la casa de al lado haga con su vida y viceversa? ¿Las consecuencias de esos actos le afectan al otro?
¿El hecho de compartir libro de familia da derecho a dirigir la vida de alguien y condenar gustos, decisiones u orientaciones?
¿Y si lo hago y sale bien? Quizás a corto o medio plazo no sea fácil, pero a largo plazo la recompensa sea mucho mayor.
El pensamiento que nos prohíbe ser atrevidos y explorar el mundo con libertad es “más vale malo conocido”. Y sí, llegamos a quedarnos en lo malo toda la vida por simple miedo a lo desconocido.
Vivimos tan pendientes de lo que otros esperan de nosotros o de lo que terceros opinan sobre nuestras propias vidas o incluso con tanto miedo al exterior, que dejamos de intentar conseguir nuestros sueños o nos conformamos con vidas mediocres.
No se trata de arriesgar a lo loco sin medir las consecuencias, pero tampoco de quedarnos sentados toda la vida viendo la vida pasar e incluso envidiando luego a quienes sí lo intentaron y les salió́ bien.
Nadie escaló una montaña desde el sofá́ de su casa e incluso hoy día seguiríamos pensando que la Tierra es plana si alguien en su momento no se hubiese plantado ante quienes se reían o cuestionaban una nueva teoría.
Para cambiar, la mente debe dejar de mentirse a sí misma, aprender a perder y aprender a discriminar cuándo se justifica actuar y cuándo no.
Dejémonos ser felices.
Fátima Fernández Márquez
Coach AICM Nº 12803
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