En una cultura que premia la productividad, la positividad constante y el control, las emociones incómodas se han convertido en algo que parece haber que evitar, esconder o “gestionar” con rapidez. Sin embargo, las emociones no son un problema a solucionar, sino un lenguaje que necesita ser escuchado con respeto y comprensión.
La agilidad emocional es una capacidad fundamental para el bienestar psicológico. No consiste en suprimir lo que sentimos ni en reaccionar impulsivamente ante ello, sino en relacionarnos de forma flexible y consciente con nuestras emociones, especialmente con aquellas que consideramos incómodas o difíciles.
Se trata de reconocer que sentir no es fallar, y que incluso en medio de la incomodidad emocional, podemos actuar con libertad y coherencia.
¿Qué implica ser emocionalmente ágil?
Ser emocionalmente ágil no es evitar el miedo, la tristeza o la frustración. Es permitirse sentirlas sin quedarse atrapadas en ellas. Es observar la emoción, entender qué nos quiere decir y decidir cómo responder en función de nuestros valores, no de nuestros impulsos.
Esta capacidad se construye y entrena. Requiere una mirada compasiva hacia uno mismo, una disposición a habitar el malestar sin juicio, y una voluntad de actuar con sentido incluso cuando las emociones no acompañan.
Cuatro claves de la agilidad emocional
- Aceptar las emociones sin reprimirlas ni exagerarlas.
Las emociones no son enemigas. Negarlas las intensifica; exagerarlas nos arrastra. Aceptarlas con serenidad permite comprender su mensaje y recuperar el equilibrio.
- Poner nombre a lo que sentimos.
Ser capaces de identificar con precisión una emoción (no es lo mismo rabia que decepción, ni ansiedad que miedo) nos permite ganar claridad y autonomía emocional.
- Tomar distancia sin desconectarse.
Observar nuestras emociones como si fueran estados que vienen y van, sin identificarnos con ellas (“estoy sintiendo ansiedad” frente a “soy ansiosa”), nos ayuda a mantener el foco y la perspectiva.
- Actuar desde los valores, no desde la emoción momentánea.
La agilidad emocional permite dar una respuesta alineada con lo que somos y queremos ser, incluso cuando las emociones nos empujan hacia otra dirección. Esa capacidad de elegir es la base del equilibrio emocional.
Aplicaciones en la vida cotidiana y profesional
La agilidad emocional no es solo un concepto útil en contextos terapéuticos o de desarrollo personal. Tiene un impacto directo en:
- La vida relacional: favorece una comunicación más empática, reduce los conflictos reactivamente emocionales y facilita vínculos más sanos.
- El entorno laboral: mejora la capacidad de adaptación, la toma de decisiones en situaciones de presión y el liderazgo consciente.
- El autocuidado psicológico: permite sostener el malestar sin colapsar, identificar necesidades reales y responder a ellas con coherencia.
En contextos de acompañamiento, intervención social o sanitario, fomentar la agilidad emocional no solo beneficia a la persona atendida, sino también al profesional, que puede así cuidar su propia estabilidad emocional y sostener desde un lugar más sereno.
Conclusión
La agilidad emocional no es una meta perfecta, sino una práctica constante. Supone cambiar la pregunta “¿cómo elimino lo que siento?” por “¿cómo puedo estar con esto sin dejar de ser yo?”. Se trata de aprender a convivir con lo que nos duele sin que nos domine. De recuperar la capacidad de elegir, incluso en medio de la emoción.
En definitiva, es una forma madura de estar en el mundo: con más presencia, más conciencia y más humanidad.
Ana Grindlay Gómez
Coach AICM Nº13951
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Me encanta.Justo lo estoy viviendo en el ambiente laboral.Gracias Ana,me ha ayudado.Me reafirma en lo que pensaba pero a veces dudaba si era lo correcto.Y también me da nuevas ideas.Gracias.