El alcohol es una de las drogas más antiguas que los seres humanos conocen. Es un potente depresor. Baja la energía del sistema nervioso, reduce la sensibilidad a la estimulación exterior e induce al sueño. La sobredosis puede provocar la muerte al interferir la función de centros cerebrales vitales.
Está tan normalizada en la vida cotidiana que su adquisición y consumo son muy fáciles. “¿Tomamos una caña?” es una frase cotidiana, aparentemente inofensiva y una invitación a compartir tiempo social alrededor del consumo de una droga. El alcohol es bebido incluso en actos religiosos.
La adolescencia, con sus conflictos, la presión del grupo y la tendencia a la rebeldía es una época durante la cual se pueden desarrollar malos patrones de uso de la droga, que pueden extenderse hasta la vida adulta y ser muy difíciles de romper.
Las consecuencias de su abuso y, en el peor de los casos, de su dependencia, son tanto físicas como psicológicas. También conlleva problemas en el ámbito familiar y sociolaboral.
No se abusa de una droga por el solo hecho de consumir una sustancia. El abuso es el consumo que perjudica la salud física y mental, las relaciones sociales y la productividad. La droga ya controla al individuo y no al revés.
Esta droga suele acarrear una variedad de problemas con otras personas. Los nuevos compañeros suelen ser también consumidores, limitando así las posibilidades del alcohólico de relaciones sociales equilibradas. Conlleva también un importante gasto económico, lo que hará mermar su economía y aumentará las deudas. Es frecuente acabar teniendo problemas legales, como son los que conlleva el conducir ebrio. Los conductores bebidos son tan peligrosos para sus pasajeros y para quienes van por su ruta como para ellos mismos.
Se puede consumir como única sustancia o, incluso peor, a la vez que otras, lo que aumentará el daño.
En el caso de la dependencia, existe una necesidad de incrementar considerablemente las cantidades de alcohol para conseguir el efecto deseado, síndrome de abstinencia y una gran parte del tiempo se utiliza en actividades necesarias para obtener el alcohol, consumirlo o recuperarse de sus efectos.
¿Qué trastornos mentales provoca el alcoholismo? Podemos distinguir entre trastornos agudos, crónicos y asociados a otros trastornos.
Entre los agudos, destacaría: intoxicación alcohólica, síndrome de abstinencia, delirium tremens, alucinosis alcohólica y amnesias parciales.
Entre los crónicos: alteraciones cognitivas, encefalopatía de Wernicke, síndrome amnésico de Korsakoff, alteraciones de la personalidad y disfunciones sexuales.
Pueden estar asociados a otros como la esquizofrenia, trastornos del estado de ánimo, el trastorno de ansiedad y celopatía.
El tratamiento incluye: ambulatorio, terapia cognitivo-conductual, de grupo, reforzamiento comunitario, entrenamiento de habilidades sociales y trabajo en la prevención de recaídas.
El coach puede ser una figura más de ayuda en ese proceso de recuperación, siempre acompañada de un tratamiento médico y psicológico. El coaching sería complementario y de gran utilidad. Considero que el coach se constituiría como alguien que ayudaría en la consecución de los objetivos en las últimas fases del tratamiento. Es importante que conozca cómo funciona este problema para abordar de manera óptima cada sesión con el coachee. Tras la recuperación de la adicción, sería importante que el coachee se plantease objetivos en su vida que le ayudasen a tener una motivación y ocupación alternativos y lejos del consumo de alcohol.