Antes de formar parte de las FAS, estuve trabajando en la empresa privada. Siempre compaginé estudios con trabajo, por lo que a los 17 años -estando en el último año de Formación Profesional en el instituto- ya empecé a trabajar como becaria en un despacho de abogados. A los 25 años fui a un centro de formación para ser soldado y 21 años después, me he convertido en una oficial de carrera, con múltiples y muy diversas experiencias a mis espaldas. De esas experiencias, las más significativas han sido sendas misiones internacionales en Afganistán (2011) y Somalia (2016-2017).
No sólo como soldado pude completar mi segunda carrera universitaria a los 26 años con unas excelentes notas, sino que me preparé para entrar en la escala de oficiales de complemento, una opción abierta a todos aquellos primeros profesionales que entrábamos en el Ejército con una carrera universitaria y que podíamos optar al empleo de Alférez, el primer peldaños en la escala de oficiales. Como no cabía esperar de otro modo, dado mi afán constante por superarme, aprobé la oposición con el número uno y a los 29 años ya estaba ocupando un puesto en Madrid en el área de contratación de la Dirección de Infraestructuras del Cuartel General. Si algo ha caracterizado desde entonces mi carrera profesional, han sido los constantes desplazamientos de ciudad y zona de confort, dejando atrás amigos y familia. Todo militar sabe lo que es perderse celebraciones familiares y reuniones importantes con seres queridos por estar destinado a lo largo y ancho de la geografía española y, en numerosos casos como mi propia experiencia atestigua, en zonas de conflicto a miles de kilómetros de casa. La palabra sacrificio ha sido una constante en mi vida.
MISIÓN EN AFGANISTÁN (2011).
Desde 2002 que entré como soldado en la unidad HUMINT (Human Intelligence) del Regimiento de Inteligencia de Valencia empecé a estudiar árabe. Desde niña sentía una especial atracción por la cultura árabe, su religión, costumbres, etc. Por lo que sumergirme en su mundo me resultó algo natural. Ya antes de ser militar, estuve trabajando en Madrid, donde convivía con una chica musulmana de la ciudad de Kenitra (Marruecos). De su mano aprendí las lecciones básicas del Islam, sus rezos, costumbres y su exquisita gastronomía. Viajé en numerosas ocasiones a Marruecos, donde recibí formación del Imam de la mezquita de Casablanca. Aprendí el dialecto dariya, que se habla fundamentalmente en la zona septentrional de Marruecos, lo que unido a mis conocimientos incipientes del árabe clásico o fusha, me proporcionaba un perfil más que singular cuando ingresé como militar.
En aquella época, dada mi simpatía hacia el mundo musulmán y mis conocimientos de su idioma, religión y, en general, cultura, me granjeé varios “enemigos” dentro del mundo militar. En 2004 la gente no veía con buenos ojos que un militar tuviera esa predilección por quienes desde 2001 habían sido declarados como objetivo número 1 de la llamada “guerra contra el terror” que unilateralmente había decidido emprender Estados Unidos tras los atentados de las Torres Gemelas del 11S.
Pero siguiendo mi propio instinto y siendo una rara avis en mi propio entorno, algo que siempre me ha caracterizado, decidí hacer oídos sordos y ser fiel a mis principios y valores. Y ello me fue de gran ayuda cuando me fui como Teniente de misión a Afganistán. Enseñé a mis compañeros qué tenían que decir en árabe si eran capturados por terroristas talibanes y cómo zafarse con ello, al menos, de una muerte segura. Durante mi misión se produjo la denominada operación de captura de Bin Laden, así que el peligro inminente de un ataque terrorista como represalia a nuestra base en Quala-e-Naw era más que una posible amenaza. Imaginad lo que supone vivir en una situación de peligro inminente como era estar en Afganistán en 2011, justo cuando se inició la operación de captura de Bin Laden en el vecino Pakistán[1] , país que era nuestro suministrador logístico para todo lo referente a vida y funcionamiento en la base de Quala-e-Naw. Estar encerrado en una base durante una misión que implica peligro es un experimento etológico de convivencia, de comportamiento social, sexual, agresivo, etc. Y se crean grupos… Al igual que en los primates no humanos, la formación de grupos varía según las circunstancias. «En las adversas, como puede ser la aparición de un peligro, la cohesión de grupo aumenta», explica Gil Burmann[2], profesor de psicobiología en la Universidad Autónoma de Madrid.
Durante mi misión en Afganistán no sólo me granjeé el cariño y simpatía de los afganos que trabajaban en la base, sino su respeto, lo cual, teniendo en cuenta mi condición de mujer, es más que notable en el país de los talibanes. Mis trabajadores afganos locales se dirigían a mí como “baradar”, que significa hermana en su idioma pastún y no era infrecuente nuestras conversaciones sobre el Corán y sus preceptos, llegando a rezar junto a ellos en alguna ocasión.
Para mí Afganistán se ha convertido en un país que llevo en mi corazón y con el que me sintiendo muy unida. Estoy implicada en varias iniciativas sociales a favor de la niñas y jóvenes afgana, sus repatriadas y las valientes mujeres profesionales que todavía siguen luchando en el país porque revierta la situación de intolerancia que viven desde que el gobierno talibán irrumpió de nuevo en el poder. Las mujeres afganas ya no pueden estudiar o trabajar fuera de casa y acaban de ser expulsadas aquéllas que aún trabajaban para ONG, s e instituciones internacionales. Como dice el escritor afgano Khaled Hosseini, “sospecho que, en el fondo, lo que todos esperamos, contra todo pronóstico, es que nos suceda algo extraordinario”.
MISIÓN EN SOMALIA
Siendo ya Capitán, fui destinada a la misión de la UE en Somalia, donde dado mi perfil como oficial de Intendencia, me destinaron completamente sola a la capital de Kenia, Nairobi, desde donde viajaba aproximadamente una vez al mes a Mogadisho (Somalia), donde se encontraba el contingente de la misión. Y ello era así porque dada la peligrosidad de Somalia era inviable que mi puesto de responsable financiero de la misión se pudiera desempeñar en un país asolado por la guerra civil, donde los ataques terroristas de la rama yihadista de Al Sabah eran constantes. Como Budget and Accounting Officer tenía que realizar transacciones de grandes sumas de dinero en efectivo en los bancos locales. Ni Somalia tenía el sistema bancario ni las mínimas condiciones de seguridad para poder llevar a cabo estas funciones, así que la mayor parte de la misión (y fueron casi 9 meses) la desempeñé en absoluta soledad en un pequeño apartamento de un completo residencial en Nairobi, sin más seguridad que mi sentido común. Fue una experiencia realmente dura que me hizo crecer como profesional y a madurar como persona y donde mi vulnerabilidad como mujer en un país profundamente machista se vio en serias dificultades en numerosas ocasiones. Por ejemplo, las veces que cogí un Uber para desplazarme por la ciudad acabaron en varias ocasiones en tener que bajarme del coche prácticamente en marcha: o el conductor se intentaba propasar o directamente me sacaba de la ciudad y cogía rutas hacia zonas despobladas que nada tenían que ver con la dirección que le había dado. Por lo que al final tuve que hacerme de una red de confianza con dos conductores locales, Samuel y Peter, a los que llamaba cada vez que necesitaba desplazarme por Nairobi. Ser blanca, mujer y estar sola en un país del África profunda nada tiene que ver con la imagen bucólica que se ha dado en muchas películas o con el maniqueísmo de los turistas que se creen que por ir una semana de safari concertado a Masai Mara “han hecho el viaje de su vida” y “África les ha cambiado la vida”. Cuando escucho expresiones como esas sé que estoy escuchando a perfectos imbéciles.
Pero también hubo momentos buenos durante la misión. Y eso se debió a mi capacidad de adaptarme a entornos hostiles y a ser resiliente ante situaciones adversas. Gracias a mi experiencia como militar, donde me he visto obligada a salir de mi zona de confort muchas veces, he aprendido a socializar en cada nueva ciudad a través de mis compañeros de trabajo y por medio de mis hobbies. Así que en Nairobi apliqué la misma técnica y me apunté a un gimnasio cercano a mi residencia. Ser la única blanca en un gimnasio fue una sensación que nunca antes había tenido, pero descubrir que bailar danza africana era algo que me salía de forma innata aún fue una sorpresa mayor. Así que ante el asombro de los compañeros locales, no tardé en integrarme, dado que bailaba como una keniata más, lo que les hacía sentir cierta simpatía -y quién sabe si ternura- por aquella blanca que estaba tan lejos de casa y tan desamparada.
En conclusión, cuando volví de aquella misión había cambiado como mujer y había crecido como profesional. Había pasado miedo, rabia, frustración, profunda soledad, en definitiva, toda la gama de experiencias que puedes sentir cuando te sientes vulnerable en un entorno peligroso. Pero también había aprendido a sortearlas, incluso después de tocar fondo. Una catarsis que fue necesaria para emerger más fuerte y más sabia. En muchas ocasiones es necesario romperte para recomponerte, aun con cicatrices. Leonard Cohen decía que “hay una grieta en todo, así es como entra la luz”.
Puedo decir que he bajado a los infiernos en muchas ocasiones y he vuelto, con cicatrices, sí, pero son precisamente esas grietas por las que ha entrado la luz. Como en la técnica japonesa kintsugi, una apreciada técnica artesanal con el fin de reparar un cuenco de cerámica roto o la belleza de las cicatrices de la vida. Mediante el encaje y la unión de los fragmentos con un barniz espolvoreado de oro, la cerámica recupera su forma original, si bien las cicatrices doradas y visibles transforman su esencia estética, evocando el desgaste que el tiempo obra sobre las cosas físicas, la mutabilidad de la identidad y el valor de la imperfección. Así que, en lugar de disimular las líneas de rotura, las piezas tratadas con este método exhiben las heridas de su pasado, con lo que adquieren una nueva vida. Se vuelven únicas y, por lo tanto, ganan en belleza y hondura. Se da el caso de que algunos objetos tratados con el método tradicional del kintsugi —también conocido como “carpintería de oro”— han llegado a ser más preciados que antes de romperse. Así que esta técnica se ha convertido en una potente metáfora de la importancia de la resistencia y del amor propio frente a las adversidades.
La filosofía vinculada al kintsugi se puede extrapolar a nuestra vida actual, colmada de ansias de perfección. A lo largo del tiempo conocemos fracasos, desengaños y pérdidas. Con todo, aspiramos a esconder nuestra naturaleza frágil, esa que nos hace más humanos y auténticos, bajo la máscara de la infalibilidad y éxito. Se ocultan los defectos, aunque desde que nacemos nos recorre una grieta. Adam Soboczynski apunta en El arte de no decir la verdad (Anagrama) que hemos aprendido a camuflar “con gran esfuerzo, y manteniendo la compostura, incluso la más terrible de las conmociones que nos golpean”. No hay recomposición ni resurgimiento sin paciencia. En el kintsugi, el proceso de secado es un factor determinante. La resina tarda semanas, a veces meses, en endurecerse. Es lo que garantiza su cohesión y durabilidad. Así es como yo he llegado a ser quien soy, tras meses, años, de recomponer las piezas rotas. Si el resultado final es más bello que antes no es a mí a quien me toca decirlo, sino a quien me escuche o me lea ahora.
1. Un Antagonista al que me enfrento: el VICTIMISMO.
Hay quienes se perciben a sí mismos como víctimas de todo tipo de miserias, contemplando el mundo como un ambiente terriblemente hostil y negativo, y viendo el mal en la globalidad de acciones de aquellos que alguna vez les han ofendido.
Hemos de asumir de entrada la distinción entre “víctima real” y “rol de víctima”, siendo característico de la primera, el no haber elegido serlo. No obstante, la víctima real puede asimismo elegir el rol de víctima, transformando lo que irremediablemente le ha sucedido en una forma de identidad propia dentro de la vida social. Pues lo que está en juego en el victimismo como mentalidad no es tanto la objetividad de unos hechos indeseables e irreversibles que fuerzan fatalmente a alguien a ser una víctima, sino más bien la voluntad subjetiva de serlo, de organizar la propia vida en torno a este rol social, de construirse como sujeto bajo la insignia de la víctima (Hernández, 2018).
El victimismo consiste en un vínculo interpersonal que busca incesantemente el reconocimiento externo de la propia victimización. Otro componente es la falta de empatía por el sufrimiento de los demás, explicado por la creencia de la inferioridad del sufrimiento ajeno. Lo anterior explica que estas personas se sientan con el derecho de comportarse de forma agresiva y egoísta, puesto que su sufrimiento es demasiado alto como para responsabilizarse de sus actos (Kaufman, 2020).
2. Un ideal que persigo: la RESILIENCIA.
El psiquiatra austríaco Víctor Frankl (1905-1997) relató en su libro “El hombre en busca de sentido” su experiencia tras sufrir el internamiento en los campos de concentración alemanes, entre 1942 y 1945. Sobrevivió gracias a su fe y a su humanidad. Cuando fue liberado, comprobó que ni su esposa Tilly ni sus padres habían logrado sobrevivir a los campos de exterminio.
Analizando sus propias reacciones ante la adversidad y las privaciones, fijándose en las conductas de los internos y de sus guardianes, llega a conclusiones llenas de luz, de las que se han beneficiado miles de personas desde la publicación de este libro. Ante el sufrimiento inevitable, toda persona será capaz de aceptar el reto de sufrir con valentía siempre que haya sabido encontrar un sentido a ese dolor. Por eso, “el interés principal del hombre no es encontrar el placer, o evitar el dolor, sino encontrarle un sentido a la vida.” Un sentido, como puede ser el amor, o el sacrificio por el ser amado, que le permita afrontar con dignidad todo sufrimiento, y así conservar hasta el fin -literalmente hablando- el sentido de su vida.
Todos y cada uno debemos mantener la esperanza de que nuestra vida jamás perderá su dignidad y su sentido. “No importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de nosotros. Es la vida quien nos pregunta a nosotros, y no nosotros a la vida.”
Estas enseñanzas las he aplicado a mi propia vida, de modo que cuando encontré un motivo para vivir me di cuenta de que la vida estaba llena de sentido. Y el motivo para vivir fue hace de mi existencia un ejemplo para inspirar a otras personas. Mi vida vale más la pena en la medida en que motivo a los demás y les inspiro a vivir sus vidas con más ánimo y resiliencia en el futuro. Esa es mi esencia como ser humano.
He aprendido que es más importante mi conciencia que mi reputación, porque mi conciencia es quien soy realmente y mi reputación, lo que los demás piensan que soy y sobre lo que otros creen que soy, no tengo control. Preocuparme por lo que los demás piensen de mí es otorgarles un poder que no estoy dispuesta a cederles, porque ese poder reside en mí.
MI EXPERIENCIA EN EL DEPORTE
Mi afición al deporte, concretamente a las carreras de montaña, me ha enseñado mucho sobre resiliencia. La primera cosa que el deporte te enseña es que tienes que levantarte cada vez que te caes, sea física que psicológicamente: aprender de los fallos y de las derrotas, recuperarte de las lesiones, superar las críticas injustas, etc. son vivencias que forman parte del pan nuestro de cada día para un deportista. Un continuo subir y bajar, caerte y levantarte inmediatamente, la mayor parte de las veces sin tiempo para digerir los acontecimientos. En definitiva, un continuo y permanente acto de resiliencia. Con lo cual, la resiliencia es sin duda uno de los grandes valores que el deporte puede aportar a la sociedad como herramienta para adaptarse, atravesar y superar momentos de crisis, ayudándote a salir de ellos, reforzándote al mismo tiempo a nivel mental y emocional.
Marcelo Vázquez Ávila, Profesor del Instituto de Empresa de Madrid, Consultor en Temas de Alta Dirección, Autor, Coach y responsable del departamento del deporte del IER (Instituto Español de Resiliencia), escribe en su blog que “los deseos de coronarse como campeón, ganar una Copa o una medalla, supone andar un camino lleno de esfuerzos y dificultades donde no sólo hay que poseer cualidades físicas, técnicas y tácticas sino que además requiere de una recia personalidad capaz de resistir el estrés que resulta de la percepción de la amenaza de no alcanzar lo deseado, del conflicto y el fracaso que tienen lugar en las condiciones de la competencia. Por tanto, la presencia de la adversidad en muchas de las actividades que realiza el deportista debe ser reconocida y tenerse en cuenta en la preparación mental de los mismos”. Desde hace unos años expertos del comportamiento humano, dedicados al estudio de la respuesta al estrés han captado que determinadas personas son capaces de hacer frente a la adversidad, sobrepasarla y asimismo transformarse positivamente en medio de ella (Resiliencia), mientras que otros se tornan cada vez más vulnerables.
3. Acciones que demuestran que es posible:
Tras la dura experiencia que sufrí en Afganistán, mi autoestima estaba por los suelos. Tuve que ponerme en tratamiento con un medicamento muy fuerte –Racután- para paliar los estragos en mi piel provocados por tantos meses de estrés y ansiedad. También necesitaba volver a recuperar mi centro y a reencontrarme conmigo misma; ser capaz de aprender de la dura experiencia y a extraer lecciones aprendidas.
A las dos semanas de aterrizar en España, se convocó en agosto de 2011 por la revista MIA un casting denominado “Mujeres Reales”, que buscaba historias inspiradoras de mujeres que no fueran ni modelos ni famosas para protagonizar su próxima portada. Como me encontraba en ese momento vital descrito anteriormente, pensé que sería algo lúdico que me ayudaría a recuperar mi autoestima; podía ser una experiencia divertida en la que pasar un buen rato y hacerme unas fotos bonitas. De la pérdida de peso tan acusada que sufría tras la misión podía sacar algo positivo, y era la silueta tan estilizada que se me había quedado. ¿Los granos en la cara? Tapados con maquillaje y listo. Una sonrisa y una actitud segura. Y allá que me fui. Así que, sin ninguna pretensión, me presenté al concurso, que se convocaba a nivel nacional pero que en esas fechas llevaba a cabo el casting en Valencia, mi ciudad natal. Me fui a El Corte Inglés situado en la Ciudad de las Artes y las Ciencias y me hicieron la siguiente foto:
A las pocas semanas de terminar el casting por toda España me comunicaron que había sido la ganadora. Aparecí en la portada del mes de noviembre de la revista MIA.
Gané el casting por mi actitud. Pero cuando los responsables de la revista supieron que acaba de aterrizar de una dura misión de 6 meses de Afganistán y que era militar profesional, simplemente, quedaron fascinados. Hubo que pedir una autorización expresa al Ministerio de Defensa para protagonizar la portada. Fue la primera vez en la historia del periodismo en España que una militar era la portada de una revista. No se ha vuelto a repetir.
4. Éxitos:
Tras ser la responsable de toda la gestión logística y económica del contingente europeo que la UE desplegó en Somalia, advertí cómo grupos de terroristas utilizaban indirectamente los fondos de las ayudas internacionales para financiarse y la forma de actuar de la diáspora somalí para blanquear el dinero procedente de sus actividades delictivas en paraísos fiscales, como Dubái. Por lo que a mi vuelta a España, empecé a formarme en Inteligencia Económica y empecé el doctorado en el Departamento de Derecho Internacional de la Universidad de Valencia, donde realicé mi Tesis Doctoral sobre la “Financiación del terrorismo internacional y su incidencia en la Seguridad y la Defensa” Financiación del terrorismo internacional y su incidencia en la seguridad y la defensa (uv.es).
Esta investigación me llevó a asistir a conferencias y seminarios sobre terrorismo internacional, como las Jornadas de Terrorismo de Daesh y Al-Qaeda a las que asistí en la Universidad Cardenal Herrera, de Valencia, en 2018. Esta asistencia me abrió las puertas para que la Universidad se interesase por mi perfil y me hicieran una serie de entrevistas para fomentar su Grado de Seguridad que tuvieron tanto éxito que la web de las Fuerzas Armadas las incluyó en su página oficial.
Finalmente, tras una investigación de tres años, el 14/12/2021 pude defender mi Tesis Doctoral ante un Tribunal en la Universidad de Valencia, donde obtuve la máxima calificación, CUM LAUDE. Desde entonces, me he hecho experta en la financiación de organizaciones yihadistas, impartiendo conferencias como ponente en diversos congresos especializados.
5. Fracasos de los que me he vuelto a levantar:
Nací en un hogar humilde dentro de una familia disfuncional y completamente desestructurada. Desde mi infancia tuve claro que lo único que me permitiría salir de esa situación era ESTUDIAR. Cuando se nace pobre, estudiar es el mayor acto de rebeldía contra el sistema. El saber rompe las cadenas de la esclavitud.
Pero el camino no ha sido fácil. Constantemente me han recordado que provenía de la nada y han querido hacerme sentir eso, que era NADA. Si a eso le unimos crecer en un ambiente donde había malos tratos y con una madre profundamente enferma, se hace muy difícil creerte que un futuro mejor es posible y que tú puedes conseguirlo. Mi vida estaba avocada al fracaso. Pero no cejé en mi empeño por revertir ese destino.
Para lograr no acabar como una fracasada me centré en los estudios. Fui una alumna aplicada que obtenía unas notas excelentes. Aún recuerdo como siendo muy niña me sobresaltaban de mi sueño infantil, la irrupción en plena noche la policía en casa porque mi padrastro había maltratado a mi madre y ésta se había tomado una sobredosis de barbitúricos; llegaba un equipo médico que trasladaba a mi madre al hospital, en plena madrugada, produciéndose un caos tremendo. Tras toda esta debacle regresaba a la cama y me levantaba al día siguiente, completamente sola, la casa en silencio, no quedaba nadie. Apenas yo tenía 7 u 8 años, aunque esta situación se prolongó hasta que alcancé los 15 años de edad. Me iba al colegio sin que nadie me preparase ni el desayuno ni el almuerzo; cumplía con mis horas de clase sin comentar ni media palabra a ninguno de mis profesores y volvía a casa a hacer hacendosamente los deberes, hasta que regresaba del trabajo mi padrastro… porque mi madre tardaba varios días en volver cada vez que se producía un episodio de malos tratos. Nadie hablaba de ese tema, nadie decía nadie. En aquel entonces no sabía dónde estaba mi madre. Esas eran todas las medidas contra la violencia de género que existían en aquel entonces.
Os podéis imaginar que con una situación como esa en casa podían haber pasado sólo dos cosas: o que yo hubiera acabado como una niña en riesgo de exclusión social, convirtiéndome en una adolescente problemática que hubiera acabado en las calles presa de las drogas; o que me obsesionara con lograr un objetivo que fuera mi tabla de salvación para huir cuanto antes de esa casa, porque hogar nunca tuve. Y, en mi caso, opté por la segunda opción y estudié compulsivamente para lograr las mejores notas. Siempre estudié en instituciones públicas y con la ayuda de becas y la escasa asignación económica que por orfandad recibía.
Siendo muy joven tuve que ponerme a trabajar, porque os podéis imaginar cómo era la situación económica en casa, pero, sobre todo, porque mi madre veía inútil “que una mujer estudiara”. Así que ya desde el instituto empecé a trabajar para poder mantenerme y tener cierta independencia y a los 18 años me fui de casa. Cuando estaba en la Universidad era una alumna que trabajaba todo el día, que vivía sola y sin ningún contacto familiar y que, encima, se graduaba con Premio Extraordinario de Promoción, pues fui la alumna que mejores notas sacó en la promoción 1996-97 en la Diplomatura de Estudios Empresariales. De ahí, me matriculé en la Licenciatura en A.D.E. y me fui a trabajar a Madrid; cinco años más tarde, entré en las Fuerzas Armadas como soldado profesional, donde me formé hasta opositar al Cuerpo de Intendencia del Ejército de Tierra. Gracias a ello, actualmente, tras más de 20 años de carrera profesional, he llegado a ser Comandante, con una vida estable, tanto laboralmente, como personalmente.
Mi lema desde entonces es CERO VICTIMISMO. De las más oscuras profundidades se puede emerger. Sólo tienes que proponértelo, no caer en la desidia y no pensar que la situación que estás atravesando es irremediable. Todo pasa, hasta nuestras huellas mientras estamos transitando por el camino de la vida. Pero se trata, precisamente, de dejar huella, de vivir una vida con sentido. Y el sentido de la vida lo creamos cada uno de nosotros encontrando un propósito por el que vivir. Sentirás unas inmensas ganas de vivir cuando descubras que el propósito de la vida es precisamente el que tú quieras darle.
[1] Durante mi misión murieron el 26/06/11 dos compañeros que estaban conmigo en la base de Quala-e-Naw: el sargento Manuel Argudin Perrino y la soldado Niyireth Pineda Marín, naturales de Gijón (Asturias) y Colombia, respectivamente, quienes murieron en el acto debido a la “muy elevada” carga explosiva del artefacto escondido en la pista por la que circulaba el vehículo blindado. Al parecer, según Defensa, se trata del explosivo más potente utilizado hasta ahora contra un convoy español. Otros tres compañeros resultaron heridos (con amputaciones de ambas piernas) al explosionar un artefacto al paso del vehículo blindado Lince en el que viajaban, en una misión que el Gobierno calificó como la “más dura, compleja y arriesgada” que ha realizado España en la última década en misiones internacionales.
[2] Carlos Gil Burmann – Dialnet (unirioja.es)
Mª. Inmaculada Antúnez Olivas.
Coach profesional AICM nº. 13535.
Oficial de carrera de las Fuerzas Armadas. Comandante por X Curso de Actualización para el Ascenso a Comandante de la Escala de Oficiales del Cuerpo de Intendencia del E.T.
Doctora en Derechos Humanos, Democracia y Justicia Internacional. Departamento de Derecho Internacional de la Universitat de València.
Más información de la autora AQUÍ
Extraordinaria historia Inmaculada, me haces sentir admiración hacia ti, me animas en mi camino de persistencia y resiliencia y sobre todo me ofreces ESPERANZA
Orgullosa de tener en nuestro ejército mujeres de tu talla moral y de tu extraordinaria valentía.
Siento admiración por todas esas vivencias y experiencia que tú misma has soportado y llevado a cabo. Es un orgullo que hayan mujeres . Asi es una esperanza para el mundo que vivimos gente como tú .
Enhorabuena.
Un abrazo.
Eres una mujer increíble como pocas,dadas las periferias en tu juventud en tu adolescencia y me alegro que haya mujeres como tú.un abrazo te lo mereces todo lo bueno que haya en esta vida enhorabuena.